LA FORMACIÓN DEL OFICIAL DE MARINA MERCANTE

Dentro de la amplia gama de aspectos que abarca el “largo brazo” de la actividad marítima, sin lugar a dudas uno de los básicos -sin el cual todo lo demás carece de sentido- es el de la formación y capacitación de aquellos que tripularán los buques.

En un país que no tiene demasiada cultura marítima, quien elige la profesión marina lo hace más por intuición que por conocimiento previo del mundo al que está tratando de ingresar.

Cualquier joven en el tramo final de sus estudios secundarios tiene una somera idea de lo que le puede deparar el futuro si opta por la profesión de Médico, Abogrado, Arquitecto o Ingeniero.

Pero la marina….. la marina es otra cosa. De hecho ya tomada la decisión de involucrarse en esta particular profesión, el interesado deberá optar entre ser marino mercante, militar o prefecto. De ultramar, fluvial o pescador. (sólo para nombrar las divisiones más básicas de la profesión naval).

Para el caso de los marinos de Ultramar, recibir a un casi adolescente en una escuela de formación y transformarlo en poco más de tres años en un profesional apto para tripular cualquier tipo de naves, presupone una tarea compleja.

No se tratará solamente de introducir en el cadete conceptos relacionados con áreas del conocimiento como los son la física, quimica, matemáticas, trigonometría, termodinámica, astronomía o tantos otros.

Formar un marino de “ley” presupone incluir solidos conceptos de:

responsabilidad, trabajo en equipo, subordinación, lealtad, honestidad, disciplina, criterio, don de mando y todas aquellas cualidades que hacen posible que un ser humano se someta durante meses a la dura vida del mar, alejado de afectos, comodidades y sobre todo… de LA TIERRA FIRME.

Se pueden englobar todos estos aspectos en lo que tradicionalmente se denomina “Aptitud Profesional” un denominador si se quiere intangible si se lo compara con la verificación de la excelencia de los conocimientos adquiridos en el aula, pero tal vez el más importante de todos.



El cadete que se encuentra sometido a este proceso de formación, no ha de encontrar todas las respuestas a sus inquietudes en libros de texto o en clases en el aula. Necesita imperiosamente el contacto diario con profesionales a quien pueda reconocer inequívocamente como SUS SUPERIORES. Con este término no remitimos solamente a una cuestión jerárquica de subordinación. Lo hacemos en un sentido más amplio, hablamos de superioridad de conocimientos, de vivencias, de cultura marinera y por sobre todo de EXPERIENCIA PROFESIONAL.

La diferencia entre el docente de aula y el “maestro, guía o líder” puede ser resumido o graficado con la figura del Oficial de Año, el Jefe de Cuerpo y los Jefes de Estudios o Enseñanza. Ellos precisamente deben mancomunar la tarea estrictamente docente tradicional con ese valor agregado que sólo quien ejerció o ejerce la profesión a bordo puede trasmitir a las nuevas generaciones.

Las prácticas a bordo son -sin lugar a dudas– una de las herramientas mas idóneas para poder formar y evaluar a un futuro profesional. Por un lado permiten poner al alumno frente a situaciones concretas de ejercicio profesional , enseñarle, medir su grado de aprendizaje y por sobre todo, percibir si se adapta a la vida abordo; ya que si no logra un nivel aceptable de tolerancia al medio marino, por brillante que sea en su nivel académico, no será apto para la profesión.

Un viejo anhelo de los institutos de formación, es la existencia de un verdadero buque escuela, el que por las siempre esgrimidas razones presupuestarias, parece al menos por estos días una utopía.

Otros aspectos de la política de formación, pueden ser mejorados prontamente sólo con un poco de voluntad política de los sectores involucrados en esta problemática. Dotar a los institutos de formación de Oficiales con verdadera experiencia profesional y ponerlos en contacto directo con los alumnos, es la primer medida que debería procurarse.

Muchas veces los bajos salarios que perciben quienes se dedican a la docencia en general, conspiran contra la captación de voluntades entre los profesionales del sector. Otras veces los recursos de los que se dispone por algunas incomprensibles razones, son desaprovechados en tareas menores que pueden ser realizadas por otros de menor experiencia.

Pero sin lugar a dudas la existencia de “voluntad política” puede hacer que los escollos (sobre todo los económicos) puedan ser solucionados. Hay sobrados antecedentes de suplementos económicos que se acuerdan para tentar a un profesional valioso a resignar un puesto profesional bien remunerado por una plaza docente necesaria para asegurar la continuidad de la formación.

Cada rama de la actividad marítima tiene características que la hacen casi única. Así por ejemplo un ingeniero naval, tiene poco que ver con un Licenciado en Administración Naviera o un práctico, pero todos desde su lugar, están contribuyendo a que la actividad exista.

En el reducido espacio de un buque mercante, todos son marinos SIN EXCEPCIÓN, pero no podemos negar que las especificidades de cada rama de la profesión hacen que cada una de ellas tenga una parte de “exclusividad” respecto a las demás.

Esto debe reflejarse en los Institutos de Formación, cualquier profesional le puede explicar a un alumno –sea este de la especialidad que sea– lo que significa estar lejos del hogar, lo que se se siente al llegar a tierras lejanas y hasta cómo contrarrestar el mareo ante un rolido intenso.

Pero luego sólo un experto en navegación puede detallar las distintas formas de sobrellevar una guardia en la oscuridad del puente, así como un curtido oficial de máquinas podrá hacer lo propio al describir el cadencioso estrépito de los mil motores y sistemas que rodean la sala de control de una moderna nave.

Si no se logra entender que FORMAR, es algo muy superior a enseñar, no se podrá comprender que no es lo mismo hacer egresar a un buen alumno que entregar a la Nación, Señores Oficiales de la Marina Mercante.